Un ejemplo actual sobre la historia de la técnica.
En estos días en que difícilmente podemos desvincularnos del aparato y la actividad informacional, cuando las posibilidades de saber eventos ordinarios y extraordinarios sucedidos en Bangladesh, Kazajistán o Cabo Verde son altísimas y la internet es el padre forjador y proveedor de la entretención y los contenidos programáticos dispuestos en las parrillas de canales de televisión, radios y secuencialmente al tiraje de diarios y revistas, está vigente y desconociendo si en su apogeo, el concepto de farándula entendido como un grupo de personas que de forma accidental y mayoritariamente premeditada son aceptadas y consideradas aptas para soportar y comercializar intervalos privados de su vida en un juego perverso y rentable dado miti y mota por los medios de comunicación y el escrutinio público.
Históricamente este fenómeno se puede entender como un devenir de lo que fue la suntuosa y selecta actividad de un puñado de personas pertenecientes a la socia lite económica y “cultural” asociada a un jet set que hace quince o veinte años protagonizaba en el mundo anglosajón las salidas de madre de la princesa de Mónaco o la afección a las drogas de Robert Downey JR y en el contexto criollo a lo más se dignaba a mostrar titulares de este estilo ¡según recuerdo!, la nueva vida de Andrea Tessa en el Arrayán, con foto familiar y del pastor alemán incluida.
El cambio en la morfología de los componentes que la nueva entropía comunicacional nos muestra, posee parámetros y mensajes claros que amparados en la democratización de la información intentan encantar al consumidor a través del concepto de telerealidad, ficcionando o distorsionando por diversos medios la vida de tipos común y corrientes, pues lo que se busca ya no son prospectos de leyenda con una carrera artística exhaustiva desde la niñez hasta la longevidad como antes; si no sujetos-personaje que sean capaces de amar y sufrir en pantalla, que sean falibles, adorados y odiados con facilidad por una masa crítica hambrienta de ver sus propias vidas reflejadas en él, pero enchuladas con el confeti de la cajita mágica, un ámbito que la sobrecargada teleserie venezolana ya no puede satisfacer y donde momento a momento surgen nuevos innovadores.
Uno de esos sujetos innovadores, porque ese el adjetivo objetivo que desde mi perspectiva debería recibir esta persona, es Nicole Moreno la famosa Luli Love, mujer que obedece a un patrón propio de los tiempos que corren y dan como fruto un expedito entendimiento entre ella y el sistema mediático como se le denomina.
Defendiendo el trabajo de la misma puedo asegurar escudado en la definición que Max Weber tiene sobre la economía y la historia de la tecnología que ella es un ejemplo perfecto de la simbiosis que se genera entre ambos términos, regulados por la relación entre proceso tecnológico, posibilidad de ganancia y la satisfacción de los deseos manifestada en el pago de los procedimientos técnicos que de ella se esperan, es decir que a través de los escándalos, un acento que raya en la interdicción para una chica que supera los veinte años, sumado a una serie de inversiones asociadas a su anatomía esta persona se las arregla para generar ganancias iguales o superiores a las de cualquier gerente de empresa que se jacte de haber asistido a la Universidad.
La realidad imperante me da la posibilidad de establecer esta suerte de apología, que no se limita a la Luli , si no a un conjunto de personas que semana a semana alimentan este circo romano del cual todos intentan desentenderse pero que realmente obedece a las dinámicas donde se puede hacer todo lo que un sistema estatal permite en cuanto a la transmisión de productos televisivos de calidad, que una ves esparcidos y consumidos en el territorio por un amplio espectro constituyen una replica de usos desde el formato televisivo hacia la sociedad en su conjunto, un ejemplo mas de cómo el discurso, la imagen y la intención de un grupo pequeño de personas nutren ahora a través de la tecnología el conservadurismo mayorazquico de eras pasadas ahorrando las buenas y sanas practicas para unos pocos y estableciendo el jugoso idilio del cahuin, el conventilleo, las figuras efímeras y carentes de fundamento como el modelo a seguir para una gran masa de pasivos consumidores que ven en la imagen de una chica presuntamente tonta, abultada su inteligencia.